¿Qué haces tú, ahí?
Si yo te necesito junto mío.
¿Qué haces tú, ahí?
Si dentro mío haces falta,
porque eres el oxígeno que en mi sangre navega,
eres luz a mi vida, ¡lamparita santa!
y sin ti, a mi lado, todo es sombras.
¿Qué haces tú, ahí?
tan lejos de mis manos,
donde la caricia de mis dedos
no toca tu mejilla tierna y tibia;
ni la seda rubia de tus cabellos infantiles.
¿Qué haces tú, ahí?
si yo te necesito al lado mío.
Estás tan lejos,
pero estás tan cerca;
porque eres parte mía:
carne y latido,
sentimiento y fuerza,
entraña que reclama desde el viento
la sonrisa de amor, de abuelo y nieto.
Anoche, nuevamente,
me dijeron que estabas entre médicos
en el frío edificio del St. Joseph.
Si apenas en un mes, dos veces han razgado tu sonrisa,
hundiendo el bisturí, en tu cabecita.
Dos veces conectado a esas máquinas de piedra...
¿Qué haces tú, ahí?
conectado a esos hierros y a esas sondas,
cuando yo estoy hambriento de escuchar
la sinfonía de tus balbuceos,
y tu espontanea carcajada de bebé
que sufre y ama, que ama y sufre,
sin saber siquiera, qué es la vida...
¡Me haces tanta falta, niño mío!
Qué no logro entender ¿cómo he podido
permanecer cincuenta y cuatro años
sin respirar la magia de tu imagen,
sin conocerte, sin tenerte. ¡Nieto mío!
Oh Jesucristo, imploro que me escuches,
este reclamo de misericordia:
Libra a mi niño de ese martillazo
que ahora ha caído en sus meninges.
Sólo te pido, padre, que le des
salud y vida, tranquilidad y vida,
y que me des a mi, la dicha de poder sentirlo cerca,
de cuidarlo y mostrarle nuestro mundo,
y amarlo y respetarlo y ver que ríe.
¿Qué haces tú, ahí? ¡Pequeño mío!
tan lejos de tu abuela que te ama,
y que sufre en silencio y llora tanto,
porque al igual que yo, tanto te ama.
Y tu padre que calla su dolor,
porque le inyecta fuerza la esperanza
de que pronto regreses a sus brazos.
Eres rico, mi niño, porque tienes
una fortuna inmensa de cariño,
de caricias guardadas, de palabras
para regarse como lluvia de cariños
a tu oído infantil. ¡Te amamos tanto!
¡Señor de Nazareth, haz el milagro
de su salud, para que pronto vuelva!
Aferrate a la vida, niño mío,
porque nos haces falta, ¡tanta falta!,
porque aquí tienes un oceano de cariño,
de hambre de ti; porque tu casa,
languidece de abrupta soledad,
porque eres flama, de amor, de fe, de luz,
de vida. Mi Adriquito, ¿Qué haces tú, ahí?